jueves, 11 de enero de 2018

Las Torres (Parte 2)

Sigo recorriendo las torres, con toda la paciencia porque no hay nadie que me apure. Ni siquiera hay alguien que me pare o que me apunte con su arma gritando “quieto, no se mueva, sino le volamos la cabeza”. Ya no hay gritos ni murmullos. Un mundo que fue apagado por completo, que fue arrasado, hoy me apabulla con su silencio sepulcral y hace de mi vida justamente eso, un cementerio. Miro por los grandes espacios desprotegidos de la torre que en otro momento fueron ventanales desde el cual se podía contemplar la humanidad y me parece que fue ayer cuando le dije adiós a mi padre, un faro insuperable en este paso por la vida, una vida que ahora me tiene entre la desesperanza y la resistencia como nunca antes. Desde esta torre llego a dimensionar la soledad que me abruma y como los recuerdos del ayer se entremezclan con el padecimiento del hoy que amenaza con volverse eterno, hasta dejarme sin ganas de seguir caminando.
Mi padre fue un gran hombre, honrado y laburante. De chico lo vi muy poco ya que pasaba largas horas trabajando en el taller y cuando le quedaba un momento de ocio lo dedicaba a lo que más amaba: leer y estudiar. Abría su libreta o cuaderno y tomaba apuntes ni bien comenzaba su lectura, que podía ir desde una novela de ciencia ficción, pasando por alguna biografía de un personaje histórico de siglos pasados, o alguna antología poética latinoamericana. Todo era motivo de lectura y se expandía ante sus ojos como universos infinitos. Él fue mi primer héroe, mucho tiempo antes que otros hombres y mujeres se pusieran de moda y pase a “endiosarlos” por encima de mi viejo. Pero solo fueron eso: una moda pasajera que duraba un instante. En cambio, mi viejo siempre estuvo ahí para aconsejarme, para darme palabras de aliento y para abrazarme. Como extraño ese abrazo lleno de amor. Como lamento no haberme despedido como se debe. Recuerdo su cara en el momento mismo que nos separamos, y prometí que volvería a verlo alguna vez. Obviamente, lo dije para adentro y no llegué a compartirlo con él. Nos despedimos con un apretón de manos y una tímida sonrisa. Pude ver como me devolvía la sonrisa con un guiño de ojos, esa comunicación entre padre e hijo donde no hace falta irnos en grandes palabras, sino que con un solo gesto basta para transmitir tanto.
 A mi madre, en cambio, no llegué a conocerla, ya que se fue de casa antes que cumpliera mis dos años de edad. Mi padre me contó la historia del porqué, o al menos lo que él cree que pudo haber pasado, pero no voy a desarrollarla aquí porque no vale la pena. Eso en realidad es del ámbito privado de cada uno y además de qué serviría en este momento sumar un lamento más. Sin embargo, el no haber tenido una madre por momentos me parece un hecho injusto. Ningún niño debería estar lejos de su madre, ya que ella nos carga durante 9 meses, nos da la vida, nos concibe. Pero ya no hay madres, ni padres, ni vida, ni mundo, ni hijos e hijas. Nada. No queda nada en este mundo desolado. A veces siento que habito este desastre desde mi más tierna infancia.
¿Cómo hacer para reponerse a tanto? ¿Y cómo hacerlo estando solo en este basurero pos-nuclear? Me es muy complicado, de todas formas no dejo de caminar. Y sigo caminando, porque es lo único que me queda. Esta torre me tiene podrido, puedo ver como todo este desarrollo tecnológico se fue al carajo, y no sirvió para nada. Para absolutamente nada. ¿Para qué queríamos cientos de miles de cámaras de seguridad si no pudieron alertarnos del peligro nuclear? ¿Será que solo cumplen la función de gárgolas multimedia para el control social? Para ese control social que el régimen neoliberal pretendía desplegar en todo el país, para tenernos vigilados días y noches sin lugar de escapatoria. Para eso sirvió solamente, en ese hecho se fueron todos los discursos contra la “lucha contra la inseguridad” o el “combate a las mafias”. Pero, ¿quién controlaba a la verdadera mafia? Aquella mafia que se llenó de plata a costa del trabajo ajeno, a costa de vender la riqueza de lo producido por todos y todas a los grandes centros económicos. Y aquí estoy, ahora, solo con mi mente, garabateando hipótesis de lo que sucedió, resistiendo un día más de pie, aunque las rodillas quieran flaquear. Quizás sea el último día o la última noche. Eso nunca lo sabré.
Intento correr un poco en la torre para ver si la adrenalina me ayuda a sentir algo, pero no sirve, ya mi cuerpo está gastado (desgastado mejor dicho), por el paso de los años. Mi respiración se agita, pero lentamente vuelve a la normalidad. “Maldita sea”, grito, y me desespero. “Voy a morir solo”, vuelvo a lamentarme, y me quiebro en llanto. Ya no puedo aguantar más esto. Ya no quiero seguir así. Me odio y odio a este mundo, a este condenado mundo y sobre todo a los genocidas que causaron esta masacre. Extraño tanto a todos. Me convirtieron en un paria, quiero terminar con todo este sufrimiento. Ya no vale la pena seguir caminando. Sería estirar la vida más allá de la agonía. Ya no sigo, me bajo aquí mismo.

Pero entre tanto lamento, un fuerte golpe en la cabeza desmaya a Aquiles. Alguien o algo lo tumbaron. Su cabeza empieza a sangrar, pudo ver, con los ojos entreabiertos como la sangre se desliza a su lado. Unas botas se paran enfrente, pero no alcanza a ver si se trata de un hombre, una mujer, una bestia, o de lo que carajo sea. Un golpe en la cabeza lo toma por sorpresa, y piensa –en voz baja- “ojalá sea un aliado, ojalá no sea mi verdugo que viene a terminar con este pobre tipo que hace años viene purgando una pena interminable, ojalá se haya equivocado y no sea el hombre que busca. Después de todo, entre tanto lamento, entre tanta desesperanza y olvido, a la fuerza comprendo que no estoy solo en este mundo de mierda.”

sábado, 21 de octubre de 2017

Las Torres (Parte 1)


Desde los vidrios de la alta torre de marfil podía verse como iban de aquí para allá, presurosos, casi sin tiempo para detenerse a respirar el aroma de las flores, los implacables autos de la ciudad más moderna del mundo. Poner el centro de la atención en los vehículos que utilizaban las personas por sobre las personas mismas es algo que el sistema capitalista nos ha enseñado: no somos lo que somos, sino que somos lo que tenemos. Nos han convertido en un número y hemos estado felices y cómodos con ese estatus. Es por eso que ahora la naturaleza se venga de este modo, devolviéndonos a lo primitivo, a la senda que nunca debimos dejar.

Escribo con el rencor de los vivos, de los que aún nos mantenemos vivos porque hemos sabido sobrevivir, pero preferiríamos estar muertos para no tener que padecer tanta desesperanza, frustración y fracaso. Quienes no levantaron un dedo (o peor aún, quienes le dieron el visto bueno a los malditos que hicieron este desastre) ya se encuentran muertos, algunos asesinados brutalmente y otros se han muerto en silencio, sin decir una palabra, sin arrepentirse.

Y aquí estoy yo, solo en este mundo que no da respiro, y no solamente porque el aire es escaso y la contaminación ha derrumbado toda expectativa de vida. Nosotros nos reíamos de la contaminación, del glifosato, de la soja, de la extranjerización de la tierra. Le dijimos “hijos de puta roñosos” a los Mapuches, excluimos a nuestros hermanos y los mandamos a vivir a un basurero diciéndoles “villeros negros de mierda”. 
Fuimos crueles, fuimos asesinos, fuimos culpables. Elegimos al sepulturero que nos enterró, que nos mandó a este pozo profundo que alguna vez fue un país, un continente, un planeta.

Hoy este planeta explotado y destruido me avisa que la cosa puede ponerse peor. Ya nada tiene solución, todo es espeso. Alcanzo a gritar estas líneas con toda la bronca del mundo, que ahora me pertenece a mí, porque ya no hay nadie al lado mío. Y siento que voy a morir solo. Siento que nadie va a escuchar mis gritos, nadie va a verme llorar, nadie va a preguntarme como estoy porque ya nada queda. Dejamos que nuestros propios vicios se adueñaran de nosotros mismos. Dejamos que todo el fascismo que traíamos y engendrábamos como un alien dentro de nuestro cuerpo sacara lo peor de nosotros. Y cuando nos tocó elegir, cuando nuestro señor nos dio a elegir, cuando nos puso entre la elección del ángel redentor o el demonio, elegimos al segundo. Elegimos el demonio y lo ayudamos a construir este infierno que es el planeta tierra. No nos importaba el futuro, porque creímos que nunca llegaría.

Así fue como vivimos, demasiado inconformistas si de dinero se trataba, pero no supimos valorar lo que teníamos a nuestro costado. El verdugo nos decapitó, nos partió al medio, nos liquidó sin problemas. Nos despedazó poco a poco, lentamente, como un asesino entrenado en el arte de despellejar. Primero nos sacó el corazón, para que no tengamos empatía por nada. Después nos vació el cerebro y lo llenó de mierda. Mierda que sale por nuestra mente para que luego por nuestra boca digamos justamente eso: la peor mierda que se nos pueda cruzar.

Estoy aquí ahora, lamentando todo, rasgando mi cabello, arrancándome la barba del dolor. Hace más de dos años que camino en medio de la nada. Y aun así la cuenta de los días que llevo puede ser inexacta. No hay humanidad posible. Solo veo huesos y pedazos de carne por donde voy. No hay nadie. No hay rastros de animales, no hay vegetación. Toda la vida que habitaba el planeta está muerta. Y ya no puedo sentir nada. Cada día que pasa voy naturalizando más y más esta desesperanza. Sé que el final está muy cerca y que no me va encontrar preparado.

No recuerdo muy bien que hacía antes de ser un caminante errante por este desierto que alguna vez fue una ciudad, con sus luces de neones imponentes y su ritmo desenfrenado. Esos autos que iban de aquí para allá, ese desarrollo industrial, todo ese desarrollo, no sirvió para un carajo. En cuanto se usaron las armas de destrucción masiva, todo se volvió negro, y dio paso a esta larga noche que ahora estamos pagando, que estoy pagando, mejor dicho, porque como dije antes, no hay registros de vida a mi alrededor.

Las potencias occidentales, como se las conocía, cometieron este gigantesco genocidio. Nos lo habían advertido, pero no quisimos interpretarlos. Los grandes medios de comunicación convertidos en sofisticados multimedios privados donde reinaba el interés monetario, se encargaron de ponernos la venda. Pero eso solo lo lograron si nosotros lo dejamos. Y vaya que los dejamos. Ahora solo queda este lamento que no conduce a nada.

Desde esa torre se tenía control de toda la ciudad. Cámaras de seguridad de otra empresa privada monitoreaba día y noche lo que pasaba en la metrópoli. Un negocio redondo por donde se lo mire: con el miedo de los ciudadanos se lucraba ofreciéndoles “seguridad y protección” a merced de la paranoia colectiva. Cientos de miles de horas habían quedado registradas en las memorias de esos equipos de última tecnología encargados de revisar una y otra vez, una y otra vez, hasta el hartazgo, y detectar posturas sospechosas e intentar prevenir algún robo, aunque siempre el peligroso respondía a las mismas características: gorrita, campera deportiva, negro, en moto. Así nos enterábamos, a través de la televisión, cuál era el verdadero enemigo de nosotros, los que hacíamos un culto de la propiedad privada sin cuestionarnos el origen de esta. Creamos un Estado Policial que nos reventó a palazos, y se celebraba por cadena nacional, tanto desde el Líder del Régimen Neoliberal como por sus lacayos. Y así, luego de la destrucción mundial, del apocalipsis nuclear, ya nada queda, ni para estos gendarmes de la ley y el orden. Cuando todo se va al carajo también la pagan los hijos de puta, y esa es la única victoria que tenemos.

A veces pienso que si aún estoy vivo es porque soy un cínico hijo de puta. No muy distinto a los hijos de puta profesionales, pero si con más ganas de vivir que esos especuladores que nos llevaron a este desastre. Y ellos están muertos (por fortuna), y yo vivo, en medio de la nada, caminando hasta encontrar algo que me devuelva la fe en volver a empezar, pero nada aparece en el camino, solo hay polvo que se mete en las zapatillas, en los pulmones, en la vista. Hay muy poca agua en el mundo que habito, pero por alguna razón que desconozco aún estoy con vida. A veces siento que alguien guía mi suerte para que no muera y siga contemplando este desastre, como un eterno vía crucis en donde la pesada cruz que cargo es la culpa de ver morir a mi familia, a mis amigos, a la gente de mi barrio. Sobre todo, ver morir a los niños, que ellos si eran el futuro.

Sé que esta torre en la que estoy, y que se cae a pedazos, ha servido para contemplar un progreso falso y volátil. Aquí estoy, sentado observando donde terminaré, por donde me escaparé, viendo como sobrevivo un día más en esta pesadilla pos-nuclear. Intento llenarme de esperanza con lo que puedo, con lo que tengo a mi alcance, que no es mucho, pero a veces puedo ver luces a mis costados que parecen custodiar mi larga travesía. Ya no sé si es producto de mi imaginación o es lo que sucede realmente, pero a esta altura poco importa. Las luces continúan ahí con el caer de la pesada noche que cubre este desierto.


En mi mochila llevo varias cosas que no quiero perder y necesito que me acompañen hasta mi último día de vida: dos cuadernos escritos (uno completo y otro que voy escribiendo como una crónica de lo que me va sucediendo); un frasco de perfume que pertenecía a mi mujer, a quien extraño demasiado; el peine que usaba mi hija, con el cual le hice los primeros peinados cuando nos pasábamos tardes enteras jugando; una radio sin pilas que era de mi padre; pero lo que más valoro, y lo que me da fuerzas para seguir pateando por estas calles de tierra con este paisaje devastado de fondo, es un manojo de llaves de mi casa, de la casa que compartí con todos mis seres querido. Tener esas llaves en mi poder es una victoria, ya que estoy seguro que no encontraré la vieja casa que cobijó a tres generaciones de mi familia, pero si me conecta con lo que fui alguna vez. Escuchar el ruido de estas chocándose una con otras es la música más bonita que puedo oír en estos momentos.  Tener las llaves que abran las puertas del eterno retorno, pero jurando que esta vez, será el definitivo.

lunes, 30 de mayo de 2016

Patria y Revolución



Desde el 10 de diciembre de 2015, fecha en la que asumió la presidencia Mauricio Macri, empresario que tiene cuentas en Panamá (no sólo él, sino gran parte de sus funcionarios), hay dos palabras que fueron bastardeadas discursivamente: PATRIA y REVOLUCIÓN.

En el momento de tomar posesión de su cargo ejecutivo, decidió no jurar por la Patria, sino que lo hizo por “la lealtad y honestidad”. En aquél entonces uno podía preguntarse, si Macri no jura defender a la Patria, ¿con quién iba a ser leal y honesto?. Quienes somos peronistas de base entendemos a la Patria como el lugar en el cual desarrollamos nuestra vida en este país. Pero a su vez, la Patria está ligada a nuestra propia historia de lucha, porque no hay otra historia: ya lo dijo Marx, la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases.

200 días después de haber asumido la presidencia, Mauricio Macri responde esa pregunta: demostró que ha sido leal a los intereses empresarios multinacionales, los banqueros y los más ricos de este país. Sus políticas económicas de fondo fueron en el sentido de consolidar la riqueza de los mismos grupos empresarios de siempre. En cuanto a honestidad, una materia que ha estado pendiente durante toda su vida, Mauricio Macri podría alegar, fiel a su obsoleto y oxidado argumentario duranbarbesco, que podremos empezar a ver los primeros esbozos de honestidad a partir del segundo semestre. O una respuesta aún peor: te lo debo.

Construir la unidad popular, con los elementos que tengamos a mano y que consideremos  los más aptos para esta etapa que se abrió en diciembre de 2015 en nuestro país que se encuentra en mano de un gobierno neoliberal, que ya no solo le hace guiños al poder concentrado sino que vino a gobernar abiertamente para que los trabajadores pierdan el más mínimo derecho histórico, debe ser el objetivo primordial. Reflexionando dialécticamente, podemos llegar a la conclusión que un gobierno neoliberal, entreguista, antipatriótico, autoritario y represor a cualquier política popular,  genera a su vez la necesaria resistencia de los de abajo, los que sufrimos las políticas de ajuste del macrismo.

Debemos también empujar las discusiones necesarias en los sectores de trabajadores, estudiantiles, de organizaciones políticas, sindicales, etc, etc, para poder unificar una estrategia común que pueda quebrar la historia como cada vez que la Patria –es decir, los intereses de las mayorías populares democráticas- estuvo en peligro. Las tácticas podrán variar: ollas populares, asambleas, marchas, actos, paros nacionales, pero cualquiera sea, debe contar con la participación y solidaridad de intensas mayorías en las calles. El rol de los peronistas de base debe ser ese: discutir, organizar y aportar a la lucha popular en cualquier lugar de realización colectiva.

La estrategia común es hoy concretar la unidad de los sectores populares, que somos los que estamos asimilando aún el golpe de la derrota electoral de noviembre y por las continuas medidas de ajuste y desempleo del gobierno (anti)nacional de Mauricio Macri. Esa tarea, sin lugar a dudas, llevará el tiempo que deba llevar, pero no deberá detenerse. Por eso es imperioso estudiar y analizar nuestra historia en perspectiva: debemos aprender de la Resistencia Peronista, del Cordobazo, del Rosariazo, de la Lucha contra la dictadura, de la resistencia contra el neoliberalismo, pero fundamentalmente, de los tres gobiernos kirchneristas. Debemos volver a construir las posibilidades concretas de volver a ser Gobierno para poder encauzar un Estado de Plena Justicia Social como nos enseña la historia de los gobiernos peronistas en 1945, en 1973, en 2003, en 2007 y en 2011. Pero no pensamos en ganar las elecciones solo para que la consigna “Vamos a Volver” signifique un mero cantito catártico, sino para de una vez por todas, aprendiendo de los errores y saldando deudas con los trabajadores, tomemos el comando de los resortes de la Economía para ponerla al servicio del pueblo, y que toda la riqueza que hay en el país no pertenece a 10 familias ni a 500 empresarios, sino que forman parte del trabajo de los millones de argentinos.
                
Hoy más que nunca, la demanda de la hora es continuar enfrentando en unidad y organización al Gobierno de Mauricio Macri, un gobierno que es abiertamente anti-trabajador, que es posiblemente el Presidente que más asco le tiene al pueblo, y que toda su vida no hizo más que vivir del esfuerzo de los otros para construir su ganancia. Debemos ser parte activa de cada movilización, de cada puesto de lucha que se abra hasta que se debilite la política de ajuste al que nos están empujando los mismos que ganaron con el megacanje en el 2001 y estafaron al pueblo argentino: Prat Gay y Sturzenegger, por nombrar a algunos.

Además, los peronistas de base debemos consolidar una corriente interna dentro del propio movimiento nacional en la cual tendamos un puente con expresiones de izquierda de base, izquierda popular, izquierda nacional, que nos permita reflexionar en torno a la idea de la Revolución en el Siglo XXI y cuáles son las mejores formas de llevarla adelante. Otro desafío es pensar la posibilidad concreta de construir un sistema político-económico que rompa con este capitalismo financiero, que pone por encima la ganancia desmedida por sobre la humanidad. En esa discusión, los peronistas tenemos mucho para aportar como movimiento antiimperialista, popular y democrático.


Que sea este un llamado y un saludo a muchos compañeros con los que venimos hablando y encontrándonos para encontrar las formas, a prueba y error. Para concluir el texto, dejar unas palabras de Envar El Kadri que aclaran el panorama respecto al rol que debe ocupar el peronismo en esta etapa histórica y en todo momento: “Hay que estar orgullosos que el peronismo haya sido capaz de despertar en una generación entera de jóvenes el ansía de un ideal de transformación, el ansia de una causa justa, noble, grande por la cual una fuera capaz de dar la vida. Eso es un mérito del peronismo, no hay que tener vergüenza de decirlo.”

sábado, 23 de enero de 2016

El héroe colectivo


Aquella mañana del 27 de octubre de 2010, Carlos se prestaba a desayunar tranquilamente en su casa –como lo hacía siempre- en compañía de su esposa Rocío, una mujer de 46 años que había quedado efectiva como portera de una escuelita del barrio, y acompañaba al matrimonio Chichi, el perro de la familia. Horas antes de sentarse a disfrutar de unos mates calentitos con la “patrona” –como gustaba llamar Carlos a su esposa cuando estaba de buen humor- había llegado del baile su hijo Agustín de 22 años, quien sin hacer ningún ruido fue encarando para su habitación directo a dormir.
                El sol entraba por las cuatro ventanas que daban al pequeño patio poblado de variadas plantas de diversos colores, hojas y flores que perfumaban la casa entera, ubicada en el barrio La Tablada, en la zona sur de Rosario; Carlos y Rocío asistían a aquel espectáculo cotidiano, tan sencillo pero revelador, desde hace 23 años, cuando se casaron y pudieron realizar el sueño de tener la casa propia. En aquel entonces, en pleno inicio de la década menemista, el país vivió años de privatizaciones y políticas de vaciamiento del Estado que culminaron con miles de personas desocupadas, y Carlos lo sabía muy bien, ya que él fue uno más en el continuado desfile de trabajadores expulsados de sus puestos de trabajo.
                A las diez y media de la mañana de ese miércoles sintoniza Crónica –como lo hacía siempre- y se entera que Néstor Kirchner había muerto. La placa negra que tenia frente a sus ojos era intimidante e impactante, en aquel momento cualquier palabra que se diga estaba de más; no daba tiempo a asimilar el golpe y la tristeza invadía el alma de manera tal que quemaba en la piel. Los ojos saltones de su mujer eran dos océanos, las lágrimas no paraban de caer sobre el mantel blanco que habían puesto sobre su mesa esa mañana para esperar al censista de la mejor manera posible.
                En ese momento, la incertidumbre ganó terreno sobre Carlos y todo lo que lo rodeaba: su familia, sus compañeros de trabajo, los vecinos, el club de barrio, los jóvenes, el resto de los trabajadores, en fin, todos aquellos a los que él consideraba compañeros.  La palabra “compañero” significaba para el hombre un punto de encuentro y asimilación con otros que compartían los mismos lugares de participación y de realización diaria. De todos modos, con esa gran cantidad de significados que daban sentido a su existencia, Carlos se encontraba solo, sumido en un profundo dolor. 
                La transición del mediodía a la noche fue una larga carrera de llantos, puteadas , memoria y lamentos. Su hijo Agustín –que militaba en el una agrupación peronista- les había contado a sus padres que se iba al Monumento para encontrarse con sus compañeros;“yo voy”, dijo Carlos sin dudarlo ni un segundo, se puso de pie, beso a Rocío y se fue con su hijo.
                Al llegar encontró el Monumento a la Bandera colmado de norte a sur, de este a oeste, adornado con banderas que no paraban de agitarse, personas que coreaban a viva voz “Yo soy argentino, soy soldado del pingüino”, grito de guerra que desprendía el pueblo concentrado y se apoderaba del mítico lugar. Carlos apreció todo esto, lo guardo en su retina y en su corazón como un tesoro, era lo que daba sentido a su vida, era parte del héroe colectivo que estaba naciendo: todo el dolor que lo había abrumado desde el conocimiento de la muerte del ex Presidente Néstor Kirchner ahora se tornaba en un fuego incontenible, lleno de fuerzas para “bancar lo que venga”, como gustaba decir a este viejo laburante de la zona sur de Rosario.
Esa noche fue reveladora para Carlos y para los miles que se concentraron en el Monumento: compartieron el dolor por la partida del hombre que les había devuelto la esperanza de creer en la política, en que un país mejor era posible y que había reinsertado en la discusión económica los intereses de la clase trabajadora por sobre todas las cosas. Observó las caras de los jóvenes que lo rodeaban y encontró todas las respuestas a la incertidumbre que lo había desanimado durante el día: aquella respuesta se llamaba militancia.
(Este texto fue escrito en 2011, y su publicación original está aquí

martes, 19 de enero de 2016

Unidad Popular y Militancia Patriótica



Escribe Perón a Raúl Scalabrini Ortíz, en 1958, desde el exilio forzado en Ciudad Trujillo: “el fenómeno que se produce en los países de América Latina es el de una clase media con más sentido clasista que el proletariado. Los obreros tienen más claramente fijado el concepto de la integración nacional y de la necesidad de presentar un frente unido al adversario común. Las clases medias, en cambio, tienen extraordinaria tendencia a concentrar su espíritu combatiendo en antagonismos internos y artificiales, a menudo creados y siempre alentados por la propaganda imperialista. Es evidente que sectores cuya suerte está unida indisolublemente a los de la clase trabajadora tienen su vista puesta, sin embargo, en la oligarquía, que por su interrelación con el imperialismo está marginada de los anhelos y de las necesidades nacionales.”

En aquella carta, el General Perón expone ante Scalabrini Ortíz la necesidad de los intelectuales en el proceso de resistencia que desde hacía 3 años se había iniciado en torno al retorno democrático –a veces queda en un segundo lugar, pero en realidad la lucha por el retorno de Perón no era más que el regreso a la vía democrática del país, una democracia radical ya que eran los trabajadores los principales destinatarios, impulsores y defensores de las políticas populares del gobierno peronista-, aportando a la causa nacional desde la trinchera y enfrentando a la “intelligentzia”, siempre aliada del imperialismo. Allí, el líder exiliado le da una orden a Scalabrini Ortíz: “nadie mejor que usted para decir la palabra orientadora y llevar el mensaje que los alínea para mejor defender el programa que el país reclama.” El General reconoce en el autor de “El hombre que está solo y espera” a un intelectual comprometido con los destinos de la Patria.

Estos párrafos que nos antecedieron son ejemplificadores de lo que hablamos cuando mencionamos “la Batalla Cultural”; no es más que la necesidad de articular y movilizar la agitación popular detrás de un objetivo común. En momentos de enfrentar al enemigo principal se dirá “Defensa de la Patria contra el imperialismo”, y cuando se quiera avanzar frente a las contradicciones internas que se desarrollan dentro de la lucha política local, el enfoque será puesto en centrar la acción política en un adversario para –en términos gramscianos- dirigir y subordinarlo política y culturalmente, es decir, construir la hegemonía necesaria para derrotar al sentido común dominante, a la ideología impuesta por los grupos de poder concentrados, para volver a articularlos dentro de una nueva cultura, en la cual los trabajadores ocupan un papel importante para realizar la revolución socialista. Ese mismo rol preponderante otorgaba Perón a los trabajadores argentinos.

Continúa Perón: “el peronismo fue el primer movimiento político social que entabló la lucha en los verdaderos términos del conflicto: nuestro antiimperialismo fue práctico y efectivo, adecuado a la realidad y no a declamaciones teóricas. Eso que el pueblo sabía, recién después del 16 de septiembre de 1955, lo comprendieron algunos intelectuales que ahora buscan sumarse a la corriente nacional y popular en la que usted estuvo siempre enrolado.”  El pueblo aprende la política haciéndola y reinventándola constantemente en la calle, es decir, a prueba de error, con los métodos que tiene a mano, sean precarios o avanzados, no importa, nada lo detiene. De allí la expresión “política popular” para separarla de la “política elitista” o profesionalizada, donde parece ser que mientras más intelectuales haya, más prestigio se le otorga a la política. Esa es, a mí entender, una visión errada; la historia de las luchas de la  historia de la humanidad ponen en relieve que siempre se trató de un conflicto entre partes, entre sectores, y que podemos atinar a definir entre opresores y oprimidos, y que esos momentos históricos no quedan en un punto muerto o en una victoria definitiva, sino que el propio pueblo las salvaguarda en su memoria colectiva.

La unidad popular, entonces, obliga a identificarnos y construir dentro del bloque nacional-popular, para defender lo conquistado y enfrentar al enemigo oligárquico-imperial. Antonio Gramsci escribió en 1910, con solo 19 años, un artículo que tituló “Oprimidos y opresores”, en donde sostiene que“cuando un pueblo se siente fuerte y aguerrido, piensa enseguida en agredir a sus vecinos, rechazarlos y oprimirlo. Porque está claro que todo vencedor quiere destruir al vencido. “¿Acaso no fue eso lo que realizó el imperialismo en todo el mundo (ya sea bajo su forma yanqui, británica o sionista), oprimir ideológicamente a cualquier pueblo hasta despojarlo de su soberanía? Basta con repasar la proscripción a la que fue objeto el movimiento peronista durante 18 años y recordar el bombardeo a la Plaza de Mayo el 16 de junio de 1955 para comprender que el enemigo existe y en lo único que piensa es en masacrar a la identidad política popular mayoritaria y democrática en nuestro país.

En estos tiempos que corren, es necesario también posicionarnos desde el paradigma de la militancia patriótica. Los peronistas tenemos que estar en la primera fila de defensa y construcción de una Patria Grande Justa, Libre y Soberana como reza nuestra doctrina nacida al calor del sentir popular hace 70 años, entendiendo que, como sentenció hace tiempo atrás John William Cooke, con el peronismo sólo no basta, pero sin él, tampoco se podría avanzar. Es en esa centralidad que sabe regenerar constantemente el peronismo donde se encuentran las tensiones necesarias para impulsar el conflicto permanente, y que continúa dividiendo –a nuestro país y al mundo- en opresores y oprimidos. En el medio de ese tablero no somos neutrales: constituimos y somos parte del pueblo. 



lunes, 18 de enero de 2016

El Fuego y La Palabra



En 1972, Rodolfo Walsh escribió lo siguiente:

HAY COSAS QUE SERÍA ÚTIL QUE FUERAN DICHAS

“Martes 14. Entre el sábado y el lunes lectura de la novela de Paco (Urondo). Agitó muchas cosas, entre ellas el siempre latente problema de la escritura.
Aunque es evidente que no me considero ya un novelista, que no me veo consagrando mi vida a escribir novelas, ni siquiera una novela, también es cierto que hay cosas que podría decir que me gustaría decir que sería útil que fueran dichas.
Pienso que mi vida como muchas vidas ilustra cosas, que esas cosas serían más claras para algunos de los demás para aquellos a quienes quiero entre los demás si yo encontrara una forma verídica sincera de sintetizar esa vida y esa experiencia.
¿Cuál sería el método? Imagino de pronto una especie de inventario de todas las cosas los lugares las ideas sobre todo las personas que se han acumulado en mi memoria. Tal vez si hiciera ese inventario encontraría luego el hilo conductor que lo justificará literariamente pero sobre todo su razón de ser histórica política.
Porque si yo muriera mañana una parte de mi vida –esta parte de mi vida- podría parecer insensata y ser reclamada por algunos que desprecio e ignorada por otros a los que podría amar. Desde luego esa reivindicación personal no es lo que más importa –aunque no sea totalmente capaz aún de renunciar a ella. Lo que importa es el proceso que ha pasado por mí la historia de cómo yo cambié y cambiaron los demás y cambió el país.
Lo que importa es cómo pudo nacer aquí en este lugar dejado lo que está naciendo. Importan también los otros, los responsables, los chantas: yo me entiendo por ahora.
Imagino también un inventario de las cosas que quiero y las cosas que odio: ya lo dije. Las cosas que quiero mis hijas el trabajo oscuro que hago los compañeros el futuro los que no obedecen los que no se rinden los que piensan y forjan y planean los que actúan el análisis claro la revelación de lo escondido el método cotidiano la furia fría la alegría general que ha de venir un día la gente abrazándose la pareja en su amor la esperanza insobornable la sumersión en los otros.
Las cosas que odio que desprecio la traición la estupidez Frondizi la televisión Jacobo los yanquis de la Esso o los ingleses de la Shell porque estos hijos de puta son cuñas del mismo palo Bernardo Neustad los mercenarios los discursos de los generales las turritas y los pavos de la publicidad oliendo a la colonia que mata los comunistas del partido los falsos profetas de la izquierda acalambrada la camiseta peronista el bigote peronista el odio de los oligarcas la cultura de La Prensa la senilidad de Borges la convicción de Gleyzer o de Aizcorbe los que matan a la gente los torturadores los farsantes los radicales del pueblo sobre todo si son jóvenes y una lista inmensa inalcanzable que se podría tratar de perfeccionar.
¿Qué hago yo con todo eso? Empiezo a juntarlo y empiezo a mirarlo empiezo a estudiarlo empiezo a ver si se deja escribir. Y si no se deja mala suerte será como la primera nenita que no se dejó cuando yo tenía ocho años y ella tal vez seis. Porque si no es sobre eso no vale la pena escribir sobre nada”.

Rodolfo Walsh 14/3/72

En ese impulso literario de Walsh, escrito de una vez y para siempre, de corrido, agitado, enunciando las cosas que quería y las que odiaba, uno puede encontrarse con la pasión en su máxima expresión.
Pasión por hacer política, pasión por hacer literatura. Mejor aún: pasión porque la política sea hecha con arte, con fuerza, con creatividad.

Desde este blog apuntaremos a eso, a discutir política y a reflexionar constantemente sobre las mejores formas de poder incluir, democratizar y oxigenar los espacios actuales de la militancia patriótica, aquella a la que millones de argentinos y argentinas abrazan con pasión en cualquiera de los espacios de realización colectiva, sean estos organizaciones políticas, sindicales, vecinales, clubes, etc,etc.

El nuevo tiempo político que vive el país desde el 10 de diciembre con la asunción de Mauricio Macri obliga a que volvamos a replantear muchas cosas que nos llevaron a la derrota electoral en octubre pero, según lo que piensa el autor de este blog, el desgaste y la poca respuesta que podía otorgar el movimiento nacional ya venía de tiempo atrás.

Volveremos, siempre y cuando podamos asimilar el duro golpe y no repitamos errores de mezquindades políticas. Pero para eso debemos construir bases sólidas orgánicas donde podamos discutir entre la mayoría popular democrática las condiciones de ese retorno, pero aún más debemos reflexionar en torno a la pregunta de este momento: ¿qué hacer? ¿de qué modo hacerlo? ¿con quién hacerlo? ¿contra quién hacerlo?. Todas esas preguntas deben tener un anclaje colectivo y poder entender que la respuesta a cada una es una acción-reflexión que surgirá de lo que seamos capaces de construir. Esas respuestas no son más que la planificación de una estrategia y tácticas políticas que nos permita transformarnos en una alternativa de poder nacional y popular no solo ya a nivel nacional, sino también en nuestra propia ciudad y provincia. No podemos permitir que el PRO aparezca como una opción mayoritaria en Rosario, ya que el Frente Progresista Cívico y Social tiene enormes dificultades para sostener un nuevo gobierno municipal al quebrarse el eje de alianza con los radicales que, en banda, irán adornando el proyecto que Mauricio Macri lidera a nivel nacional y que quiere –y necesita- gobernar en nuestra ciudad.

Será, entonces, necesario, aprender del ejemplo de Rodolfo Walsh y tantos compatriotas que no dudaron ni escatimaron a la hora de trabajar por la felicidad del pueblo argentino, por su realización histórica, y por hacer notar los errores hacia adentro y afuera, siempre con mirada crítica y rigurosa.

Está en nuestras manos, en nuestras voces y en nuestra propia capacidad de organización y lucha impedir que el neoliberalismo se profundice en Rosario y en la provincia. Pero también en nuestro modo de comunicar y enamorar al rosarino para que se decida a jugar del lado del frente nacional y popular, aquel histórico movimiento que desde siempre ha velado por los intereses de los trabajadores argentinos.